MARTA CANTERO LLEÓ
Suave en las formas, pero demoledora en los contenidos, Asunción González de Chávez analiza desde sus experiencias profesional y feminista la situación actual de la mujer, que resume en la siguiente frase: "Las mujeres no tenemos libertad interna". Doctora en Psicología y experta en identidad femenina, sostiene que "el movimiento feminista ha tocado sólo lo epidérmico". Añade que los valores culturales "no han cambiado en absoluto", porque "la censura social a la mujer que es distinta es muy intensa". Sostiene que ni los diversos institutos de la mujer que se han creado ni las leyes de igualdad y contra la violencia han trabajado lo suficiente en prevención y en educación: "No van a atajar los problemas, sino a atender los síntomas". Reivindica, por último, la vuelta al movimiento asociativo como vía para descubrir que cabe otro modo de valorar a las mujeres.
¿Como experta en ‘mujer y salud' cree que la atención sanitaria requiere un tratamiento diferenciado por géneros? Ya en los años 90 se llegó a esta conclusión, tras detectarse que la mayoría de investigaciones no se hacía con mujeres por el riesgo de que se quedaran embarazadas. Como consecuencia, se recetaba por ejemplo un medicamento en la misma dosis para un hombre y una mujer, cuando ésta no sólo tiene que ver con el peso sino también con la masa muscular o con la grasa. Lo mismo pasó con los ataques cardíacos. En esa misma década de los noventa se descubre que la mujer tiene unos síntomas distintos ante un infarto, más de tipo respiratorio o de gases, por lo que es más probable que sufra una opresión en el pecho más que el característico dolor en el brazo. Además, y pese a que se cree que el infarto es más propio de hombres que de mujeres, a partir de los 50 años las mujeres mueren más por infarto porque, además de dejar de estar protegida por los estrógenos tras la menopausia, se les diagnóstica mal. Todo esto se vino a averiguar con cierto retraso, cuando las mujeres se incorporan a hacer las investigaciones y detectan estos errores.
UNICEF ha dado a conocer un demoledor informe sobre la mortalidad femenina, es decir la que se produce a consecuencia de la gestación o el parto, en el que pone el acento en la falta de atención sanitaria básica y los prejuicios culturales como principales causantes de los países pobres. ¿En el mundo occidental existen también prejuicios y tópicos en la atención sanitaria? En el mundo occidental, el porcentaje de mujeres que recibe medicación psicotropa (ansiolíticos, antidepresivos...) es el doble que el de hombres, y los diagnósticos de depresión también son dos a uno. ¿Qué quiere decir esto? Por una parte, que algunas de las problemáticas de los hombres esconden depresiones que no son diagnosticadas como tales, sino como toxicomanías o alcoholismo, y por tanto no engloban las tasas de depresión. Y esto es así tanto porque hay una dificultad del hombre para reconocerse como triste o deprimido, y recurre a determinadas sustancias como la droga o alcohol para no sentirse mal, como porque el sistema sanitario realiza un diagnóstico que va al síntoma pero no al sustrato de por qué un hombre se droga, cuando el motivo de fondo suele ser una depresión. Por su parte, las mujeres presentan muchas quejas somáticas que se llaman funcionales, es decir que no tienen causa orgánica, y por tanto se entiende que son psicológicas y se les da ansiolíticos para que se tranquilicen y no somaticen. Al final las mujeres se convierten en toxico dependientes, porque no tienen posibilidades de modificar las circunstancias de sus vidas que les hacen sentirse mal. Ésta es la situación, impresentable e imperdonable, en que nos encontramos ahora, con un consumo altísimo del gasto de psicofármaco, del que el 70% se da a las mujeres.
¿Por qué reconocen más las mujeres su estado de malestar? Porque tienen más posibilidades de reconocerse vulnerables y de pedir ayuda, al no tener que jugar el papel de fuertes y seguros que juegan los hombres. Los hombres tienen mucho miedo a mostrarse débiles, tiene una represión bastante alta de sus emociones, por lo cual les cuesta reconocer que están angustiados o deprimidos. Las mujeres sin embargo somatizan más porque tienen mucho más nivel de restricciones, más exigencias, y menos gratificaciones o placer, y por tanto más frustraciones.
Por lo que cuenta, las cosas no han cambiado mucho... No han cambiado en absoluto, es más, yo diría que van a más. Porque si es verdad que ha descendido el nivel de mujeres deprimidas gracias al trabajo, es decir que ahora se encuentran menos mal psicológicamente porque están más vinculadas a otras personas y más satisfechas con su actividad, lo cierto es que el porcentaje de depresiones no ha disminuido porque al final asumen tantas tareas de más que acaban somatizando igualmente malestar por el estrés.
Como activista del movimiento feminista, ¿no se siente frustrada por el hecho de que las cuestiones relacionadas con el desarrollo de la mujer hayan cambiado tan poco? Las feministas estamos horrorizadas de ver que no ha cambiado nada en el mundo en relación a las mujeres, de ver cómo las chicas de hoy están sometidas a los mismos valores. ¡Muchas ministras!..., pero la verdad es que no se ha cambiado nada en los valores. Fíjese usted en la ministra de Igualdad Bibiana Aído, que mientras por un lado habla de "miembras", lo que es un signo de pura ignorancia (es como si hablara de "periodistos"), por otro lado acude a trabajar con unos tacones de 10 centímetros. Es decir, se está reparando en las cosas no esenciales, mientras todo lo esencial permanece: porque si tú como ministra te tienes que ir a trabajar con unos taconazos, no se sabe qué tienes en la cabeza. Lo cierto es que el movimiento feminista ha tocado sólo en lo epidérmico.
Y en su opinión, ¿qué ha fallado? En que si bien se han aprobado dos leyes sobre violencia y de igualdad, y en ambas se habla de la educación y la prevención, éstas no se ha acometido en absoluto, porque eso requiere mucho más presupuesto y un cambio del chip mental. Se limitan a dar cuotas a las mujeres sobre todo en los lugares visibles, pero además con mujeres que no son las idóneas. ¿Qué ha pasado en Zapatero para que haya hecho esta concesión a la galería tan vacua, nombrando a una ministra sin ningún aval profesional, frente a la anterior era una mujer muy respetada por su trayectoria? Nos ha entrado a todas las feministas un gran enfurecimiento por esta decisión.
¿Y qué pasa con los hombres? ¿Todos son válidos para sus cargos de responsabilidad? No claro, pero ellos no venden la igualdad. Ha sucedido que lo más que uno puede despreciar de la política masculina se ha duplicado a las mujeres, y encima se nos quiere vender que es una cosa distinta. Y no, los genes no hacen a las mujeres feministas. Son las más serviles y las más insolidarias con otras mujeres las que están ahí..., no hay más que mirar a quienes nos representan en las administraciones, las de aquí también.
Se crearon institutos de la mujer y se pusieron en marcha numerosas iniciativas en defensa de la igualdad, que sin embargo no han culminado en un cambio de comportamientos y de modelos, ¿dónde pierde el empuje el feminismo? El feminismo pierde empuje porque la censura a las mujeres que somos distintas es fortísimas, muy intensa. Las mujeres tienen que aparecer como muy femeninas para que los hombres las acepten. Hay poquísimas mujeres que se mantengan recias, en posiciones firmes. Las mujeres más femeninas son más aceptadas, más valoradas... yo veo muchas mujeres que están al servicio de... siempre pendientes de los hombres. Es una cuestión de autovaloración. Si una mujer se valora por cómo la valore un hombre, está vendida; porque el modelo que los hombres quieren normalmente, salvo excepciones, es el de mujeres serviles, no rebeldes, una persona que le haga la vida fácil, que no le cuestione y que le sostenga el narcisismo; y las que no son así, resultan incómodas y molestas.
¿Y por qué la mujer no termina de romper ese molde? Por un lado se ha perdido el movimiento asociativo que en su momento nos sirvió de fortaleza: el compartir, el aclararnos cosas, el intercambiar experiencias. Y por otro, las chicas de hoy creen que todo está solventado, que el mundo ha cambiado y nuestras peleas no las tienen que hacer. Cuando la realidad es que las cosas no han cambiando en lo que respecta al sexo, en el sentido de que los hombres siguen viendo a las mujeres para usarlas, y si las mujeres tienen muchas relaciones sexuales, las desvalorizan y las desprecian. Si por tu libertad sexual eres depreciada, ¿qué haces? Simplemente te reprimes.
El panorama que pinta no es muy alentador... Pues no, pero es lo que hay. Las adolescentes de hoy siguen siendo valoradas por el físico (estar buena o no estar buena); y quieren ir sexy para que ellos las miren. Y ellos las valoran no por su talento o capacidades, sino por su aspecto. O sea, el mismo esquema mental de siempre: la mujer sigue siendo objeto más que sujeto. Hay que reconocer que las cosas son así, que estructuralmente no han cambiado, que las mujeres somos definidas por cómo quieren los hombres que seamos; y nosotros nos los definimos a ellos de la misma manera. Es un problema pues de valores sociales. Se ve por ejemplo en el miedo al éxito en las mujeres (a brillar, a asumir responsabilidades profesionales...), una de las características de la feminidad. Si le preguntó por ello a una alumna, la primera respuesta es que hay que conciliar, y lo llevamos mal porque sentimos que le restamos tiempo a los hijos y nos sentimos culpables. Y, por otro lado, la erótica del poder funciona con los hombres, pero no con las mujeres. Las mujeres brillantes y capaces inspiran miedo, o deseo para conquistarla y poder contarlo. Respecto a las exigencias, es más criticada si es incompetente. O sea, que el coste es tan elevado que no merece la pena. En definitiva, que las mujeres no tenemos libertad interna, ni espacio para que la tengamos.